quiero

“¿tiene una moneda?” Dijo el viejo acostado contra la pared, con tono desesperanzado, a sabiendas de que la gente no lo escuchaba, no quería escucharlo.
El niño que estaba a su lado lo miraba atentamente con los ojos inmensamente abiertos. Su nariz hacía incontables globos de moco, era un medio metro parado, haraposo, que seguía mirando al viejo.
-¿qué mirás, nene?- Dijo con sus setenta años cargando pesadamente en su voz ronca.- ¿No tenés otra cosa que hacer?.
El nene lo seguía observando como en un éxtasis, y no le respondía, ni siquiera se movía. El viejo lo agarró del brazo y lo zamarreó al ver que no reaccionaba, para sacarlo de su estado de alienación.
- Nada, lo miro, porque está sucio como yo- respondió el nene.
- Estoy así porque vivo en la calle, nene. ¡Y andate ahora, no me jodas más! Suficiente con lo que tengo ya... - y continuó balbuceando insultos.
- ¿Y por qué sigue así, tirado?. Usted es más grande que yo.-dijo hesitante el niño.
- ¡Rajá de acá!- culminó el linyera aumentando su irritación.
El nene se fue caminando y se sentó en el banco de la plaza de enfrente, desde donde aún podía seguir viendo al viejo. Desde ahí lo miraba, la gente no podía darse ni idea de todas las imágenes y palabras que se le aparecían y mezclaban en la mente a ese nene expectante, mientras aparentemente parecía lánguido, se rascaba la cabeza y seguía moqueando. En lugar de jugar con los demás chicos de la calle, él estaba muy pensativo mirando al anciano. No llegaba a sentirle asco ni miedo, pero sí una duda muy grande lo abarcaba en la totalidad de su cuerpecito. ¿Qué significaba y por qué le llamaba tanto la atención ese hombre arruinado, sucio, con las ropas hechas trizas, que repite “¿tiene una moneda?” a sabiendas de que nada recibiría a cambio, ni una mirada? El niño quizás no se daba tanta cuenta de ello, pero al continuar mirándolo, empezó progresivamente a sentir odio. Él no quería ser así cuando sea grande, quería poder elegir. La confirmación de un destino, estaba dado por sola la existencia y permanencia de ese, ahora, abominable ser tirado contra la pared. Él iba a ser otra cosa, no sabía aún qué, cuando sea grande, no iba a estar siempre en la calle, no iba a estar sucio, no iba a pedir monedas, no iba a mendigar lástimas ni miradas esquivas.
Entonces se bajó rápidamente del banco, cruzó corriendo la calle con sus pasos coritos pero veloces hasta llegar al adormecido viejo, al que con un alarido feroz y desesperado le gritó escupiéndole la cara: ¡No!. A lo que el inerte linyera, con pocas fuerzas, respondió moviendo errantemente su mano tumbando la botella vacía de vino barato, y torpe, atinó a abrir un párpado para sólo ver la brillante imagen de un pesado palo acercándosele fatalmente a la cara.

· alejandrita